Mi nombre es Tania Cañas Montañés, y desde hace un tiempo me presento como Tania CaMon. Me parece la combinación perfecta entre mis dos apellidos (mi madre siempre me azuzaba para presentarme con ambos, que “¡también tienes madre!”, decía) y tiene la magia fonética de una llamada a la acción. 

Soy madrileña de nacimiento, pero mi corazón se siente también malagueño: con dos hijas “boqueronas” y casi 20 años en Málaga, creo que me lo he ganado. 

Estudié Periodismo, pero desde muy pronto tuve claro que aquellos años no me llevarían a los medios. Sentía que mi lugar estaba en el mundo corporativo, trabajando la comunicación, pero también (y aunque en esos momentos no sabía ponerle nombre, la Responsabilidad Social de las empresas). Y así fue como en 2007 empecé a trabajar en una Fundación dedicada a la atención a personas mayores, muchas de ellas con Alzheimer. Desde entonces, mi vida profesional se ha centrado en dirigir equipos y proyectos con impacto social para diferentes colectivos vulnerables.

Si hay una idea que me ha marcado (incluso la piel) es la de Steve Jobs, padre de Apple: 

No puedes conectar los puntos mirando hacia adelante; solo puedes hacerlo mirando hacia atrás. Así que tienes que confiar en que los puntos se conectarán de alguna forma en el futuro”. 

Soy “muy de fechas” y si hay un año especialmente relevante en mi vida, es 2014. En ese año nació mi segunda hija, tuve la oportunidad de un ascenso profesional muy importante, pero también un diagnóstico de Alzheimer de inicio precoz de mi madre. Fue en ese momento cuando además de un revolcón emocional inmenso, entendí que sin saberlo, e llevaba años preparándome para lo que me tocaba empezar a vivir a partir de ese momento. Los puntos se unían.

Cobraba sentido mi experiencia profesional de varios años, aunque entendí que no era experta en cuidados de personas con Alzheimer. En ese momento, pasaba a ser una hija que se lo encontró en su vida sin pedir permiso, y que tenía que aprender a vivir con él.

Con la perspectiva del tiempo puedo decir que ese año marcó el inicio de un punto de inflexión importante en mi vida. A partir de ahí, se convirtió en prioridad para mí la necesidad de ir equilibrando todas las parcelas de mi vida: la profesional, la familiar, y la que más me costó, la personal, el tiempo para cuidarme y prestarme atención. A mi duelo por una enfermedad tan cruel, sumé el firme compromiso de trabajar por una conciliación real. 

Porque lo cierto, es que aunque mucho se habla de las dificultades para conciliar de las madres, en mi caso, tuve muchos más inconvenientes para hacerlo como hija que como madre. Porque hay cosas de las que no hablamos, y es muy necesario. Y una de ellas son las enfermedades asociadas a la edad, al paso del tiempo, a problemas derivados del estrés, de la ansiedad, de la depresión. Y éstas hacen muy difícil vivir con normalidad y calidad, tanto a la persona que las sufre, como a todo su entorno.

No es nada fácil, pero se puede conseguir sobre todo, si se tiene la valentía de pedir ayuda. Yo tardé en entender que no podía sola con todo, y que eso estaba bien. Busqué ayuda profesional para aceptar mi realidad, integrar todas mis circunstancias y dejar de luchar contra ellas; pero sobre todo, para sentirme bien y conseguir ser feliz a pesar de las cartas que se me estaban repartiendo. Y también ayuda en forma de amor, cariño y compañía de tantas y tantas personas a las que tengo la suerte de tener cerca. Lo que se conoce como resiliencia, y que yo defino como convertir mi mierda en abono.

Me ha costado tiempo “perdonar a la vida” por lo que me tenía preparado y aprender a seguir adelante viendo como “el f***ing alemán” me va robando a mi madre poco a poco; sobre todo cuando años antes, un cáncer nos robó a mi padre mucho antes de tiempo. Pero sobre todo, me ha costado mucho ser capaz de compartir mi historia por el miedo a mostrarme vulnerable. Hasta que entendí que justo desde esa vulnerabilidad y experiencia propia, otras personas con situaciones parecidas sintieran compañía y apoyo.

Por eso, me empecé a formar como coach y también en la implantación de planes de igualdad y conciliación en las empresas. Y ahora mis puntos se vuelven a unir. Este año 2020, que pasará a la historia por lo que estamos viviendo, para mí vuelve a ser un año de cambio a pesar (o precisamente por ello) de la pandemia que nos está dando un revolcón de principios y valores. El 28 de octubre cumplo 40 y lo voy a celebrar en vez de con la gran fiesta que tenía planeada, con una reinvención profesional, consecuencia de haber aprendido a escucharme y descubrir mi propósito y mi para qué.

Ahora me siento con la madurez suficiente para poder acompañar a personas que quieran encontrar el equilibrio en su vida a pesar de las circunstancias; y sobre todo, para acompañar a empresas conscientes dispuestas a invertir en el bienestar de las personas que forman parte de ellas a través de la conciliación. Voy a trabajar desde el compromiso de líderes inteligentes que sepan que las empresas con futuro (no del futuro) son las que están apostando por invertir en las personas.

Y sobre todo, difundir el mensaje de que ConciliAcción no es solo la necesidad de poder atender los nuevos roles que nos da la vida (maternidad/paternidad o atención a personas dependientes en el ámbito familiar). Conciliar es un derecho para que todas las personas encuentren el equilibrio entre sus áreas personal, familiar y laboral.

El AHORA es lo único que tenemos seguro. Y mi ahora es éste, un proyecto personal que nace con mucha ilusión y mucho trabajo. Y que llega con la firme convicción de que va a terminar de dar sentido a mi historia, porque es ahora, cuando tengo claro que complicarse (felizmente) la vida a los 40 tiene sentido si el motivo es haber encontrado mi propósito.

Me encuentras en hola@taniacamon.com y en www.taniacamon.com 

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