Y no me refiero al triunfo económico, sino al personal. A ese de sentirte querido y arropado cada día por la gente que, poco a poco, se va sumando a tu mundo empresarial. Levantarte una mañana y descubrir que has llegado al corazón de muchas personas que quizás no lleguen a comprarte, pero que hablarán de ti y compartirán tu filosofa de vida.
Cuando hace unos años terminaba mi anterior relación laboral, con una empresa privada, dediqué mucho tiempo a pensar qué había hecho mal, qué había hecho bien, qué había aprendido, qué me había llevado de aquellos años, qué sí quería y que, por supuesto, jamás volvería a permitir. Me tomé un año de bloqueo permitido, y conocedora de que así lo estaba sintiendo, encajando piezas, obteniendo algunas respuesta (no todas) y perdonándome algunas experiencias. Me enseñaron a buscar a esa niña interior y decirle que sentía enormemente no haber sabido encontrar soluciones, e hicimos un trato. Siempre trabajaría en aquellos espacios en los que primara el corazón por encima de todo. Un lugar en el que ser y estar, en todo su sentido. Trabajar y vivir sin miedo, poder rodearme de los mejores sin creer que eso significará perder, sino ganar siempre y en equipo.
Y me sentí muy perdida, sin saber exactamente qué camino tenía que seguir. Me encontraba como en una rotonda, la rotonda de la vida, con mil salidas y, por primera vez , sin tener claro cuál tenía que coger para no equivocar mis pasos. “Elige cualquiera”- me contestaron- “y si ves que no es la que te emociona y remueve, incorpórate de nuevo a ella y continua la búsqueda”. Y lo cierto es que cuando encuentras la dirección exacta, el punto en el que van encaminados todos tus objetivos, ya eres imparable.
No tengo ninguna duda. No es el producto, el espacio, la estrategia de marketing… es todo eso que se mueve en el interior de la persona, que cada mañana le sorprende con ganas de hacerlo mejor. Que se emociona con los triunfos, que no puede dormir por la noche pensando qué hacer para llegar a tu corazón y quedarse. Que cuando busques un producto, no veas simplemente lo que estabas necesitando adquirir, sino a todas esas personas que se han dejado la piel para hacerlo mejor y más bonito.
No, las empresas que triunfan no son un logo. Y cuando descubrimos esto, no tenemos miedo de rodearnos de los mejores para llegar más lejos.
He vivido reuniones de jornadas maratonianas para elegir el color de un logo y, sin embargo, despedir a los mejores en tan solo un segundo. Y aquello te eriza la piel.
Yo me quedo donde me enamoran y con quien me remueve. Que me cuenten qué hay detrás de todo eso que muestra. Conocer el esfuerzo y dedicación, porque eso le dará mucho más valor a lo que me está vendiendo, sea del campo que sea.
Y desde aquél instante, que nos conozcas, que sepas qué hay detrás, que te sientas indentificad@ y entiendas que no fue fácil pero sí necesario, que te llegue y te inspire, que al acabar de leerme te lleve a la acción y cojas tus sueños con todas tus ganas, dejando de mirar tanto el cuánto y más el cómo, es una prioridad que nos hace impulsarnos de la cama.
Por eso, si tienes una empresa, si lideras un grupo, si estás pensando en emprender… nunca, jamás te olvides de ti.
No es tu logo, eres tú.